ALTERNATIVAS PRESENTES
Marcelino García Sedano.
A raíz de los sucesos derivados de la pandemia mundial de la COVID-19, el panorama sociocultural global ha sufrido una drástica transformación. La humanidad entera, forzada por una crisis que ha evidenciado las vulnerabilidades de las sociedades modernas, ha tenido que adaptarse a lo que se llama “una nueva normalidad”.
Ha sido y es, un período de constante transformación y profundos cambios que no han dejado indiferentes a los ámbitos de la cultura, la educación y el arte. Las nuevas tecnologías, especialmente las digitales, han sido las aliadas perfectas o mejor dicho el salvavidas al que hemos confiado nuestras relaciones, nuestra educación y en gran parte nuestra subsistencia. Precisamente por esta razón, no debemos verlas únicamente como un sustituto o una herramienta temporal, sino que debemos comprender su capacidad de agencia en esta nueva normalidad más allá de sus aplicaciones inmediatas.
El terreno sobre el que esta primera edición pretende construir una reflexión, es aquel que permite cuestionar y evidenciar la alteración del modo de vida tal y como lo hemos conocido hasta el momento y el papel que las tecnologías digitales han tenido en esa transformación. La nueva realidad, ha motivado una reflexión crítica por parte de diversos sectores del pensamiento, la cultura y la política, sobre el concepto de “contemporaneidad” basado en el esquema antropológico colonial, heteropatriarcal y occidental. Las discusiones que hemos presenciado en los últimos tiempos tienden a caer en lo distópico y pensar desde lo catastrófico, mientras que la preocupación por el futuro se lleva acabo a partir de metodologías especulativas de la más diversa índole. Metodologías que recurren frecuentemente a la proyección de futuros alternos desde un posicionamiento que mezcla realidad y ficción. La esperanza funciona siempre en el futuro, no cabe duda de que la idea de uno mejor está en cada uno de nosotros y ese sentimiento social de expectativa nos ha forzado a la ilusión de creer vivir en una pausa temporal. Pero a pesar de todo esto, si algo ha dejado en claro los recientes sucesos en los más diversos ámbitos de la vida, es que el concepto de futuro es más frágil que nunca. La verdadera acción de cambio, reside en las formas en las que afrontamos los asuntos derivados de la pandemia, en las formas en las que nos reinventamos día a día. La palabra crisis que iguala a la vida con el mercado y la economía priorizando estos aspectos, flota como amenaza desde principios de 2020. El presente entendido como acción, posee una mayor capacidad de cambio. Por eso, desde la urgencia animamos a pensar de forma constructiva, analizando y transformando el presente para construir un futuro mejor ya que es dentro del accionar cotidiano de la ciudadanía donde reside el poder del cambio.
La vulnerabilidad del ser, subrayada por la cuarentena y las medidas que promueven el no contacto y el aislamiento ante la falta de alternativas mejores, ha puesto en jaque todo nuestro esquema previo de vida y sobre todo nuestro concepto de temporalidad. El tiempo se ha ralentizado promoviendo un mayor espacio para la reflexión. Es un período para el análisis y la reinvención y como sostiene Laura Benítez, es tiempo para releer la historia de una forma más crítica, contraponiendo la situación actual con sucesos de otros tiempos y vislumbrando en el caso más optimista, alternativas presentes a los esquemas que hemos sobrevenido (Benítez, 2021, 4). Esto es un rescate de la idea defendida por Giorgio Agamben de que las sombras del pasado histórico pueden traer luz al presente[1]. Por lo tanto, volvemos a poner la atención sobre el concepto de “presente”. Un presente que implica y define un período histórico de constante transformación y profundos cambios que no ha dejado indiferente al conjunto de la cultura, la educación y el arte, ámbitos que no sólo nos ocupan, sino que son siempre el reflejo crítico de los tiempos y lugares donde ocurren.
Hechos, cambios y acciones que han visto en el medio digital la arena política y social pertinente, necesaria e incluso de forma forzada, la única posible. Estos medios han redefinido nuestra relación con el otro e incluso con nosotros mismos. Ante la realidad impuesta por los confinamientos en un principio y por la perpetuación de las precauciones recomendadas por las políticas públicas de salud, la cotidianidad se vio sometida a un cambio radical. Las tecnologías digitales han tenido una gran importancia en este cambio proponiendo nuevas formas de ciudadanía, nuevos espacios y nuevas metodologías de resistencia. En definitiva, la interconectividad digital, más necesaria que nunca, facilitó la subsistencia económica, la educación y el afecto ante la falta de una alternativa mejor proponiendo nuevos modelos.
Si bien en la esfera digital no hubo una notable transformación de fondo – recurrimos a mecanismos y plataformas que ya existían- sí hubo en los medios un impulso hasta ahora insospechado, sustituyendo en la mayoría de los casos a las calles, los parques, los colegios, las oficinas y en ocasiones los espacios familiares. Se redefinió el concepto de lo público y se puso en confrontación una vez más, pero esta vez de forma diferente, la noción de lo público en relación a lo privado. La vida social de las calles, las del encuentro, los abrazos y la vida, se diluyó al igual que los problemas sociales y políticos pretendidamente opacados ante la amenaza del virus y el confinamiento (Galindo, 2020). El espacio negado y normado por las autoridades se diferenció del espacio virtual que habitábamos. La nueva normalidad digital tomó fuerza y presencia sustituyendo la vida pre pandemia, reconfigurando el presente de una forma completamente novedosa y planteando nuevos espacios para el pensamiento colectivo y el accionar político y social.
Los cuerpos, amenazados, rehúyen el contacto con el otro. Las interacciones básicas son amenazadoras y lo virtual se impone como el único espacio seguro. Lo corpóreo y nuestra relación con lo físico se reinventa, se transforma y sobre todo nuestro concepto de comunidad. La relación con el otro se normativiza, no sólo el derecho a la vida y la salud, sino el derecho a la relación, a ser junto al otro, evidenciando nuestra interdependencia global tal y como señala Judith Butler en referencia las cuarentenas que protagonizaron el principio de la pandemia (Butler, 2020). Una interdependencia que ha puesto en evidencia todos los fallos y desigualdades dentro de un sistema que prioriza los esquemas coloniales y nacionalistas, acentuando la exclusión y la jerarquía de algunas poblaciones sobre otras, arrastrándonos juntos a la desgracia pero con consecuencias diferenciadas. La tecnofilia, sentimiento tan en boga en los últimos tiempos, quedó en duda, pues la tecnología actual no parece suficiente para resolver la crisis de salud. No obstante, como algo positivo, las tecnologías también apelaron a un nuevo orden de sensibilidades colectivas, solidarias y de cuestionamientos profundos que convirtieron a los medios digitales en nuevas formas de pensamiento y acción donde la idea de un mundo mejor, más solidario, más seguro y en definitiva más humano, es posible.
Recuperando las ideas de Hardt y Negri, quienes ven en la masa social la figura de un enjambre, definen que la fuerza de este conjunto de personas, su inteligencia, reside en lo social, en su comunicación y las alianzas que se establecen entre estos colectivos para sobrellevar situaciones críticas (Hardt y Negri, 2004, 9).
Como es habitual, el arte se convierte en la herramienta adecuada para establecer discursos, debates y acciones que permiten reflexionar sobre la injerencia de las tecnologías digitales en este nuevo orden mundial, llamado “nueva normalidad”. Lo más apasionante del término es que si revisamos la definición de normalidad ésta aduce tanto a lo que está en su estado natural como a lo que sirve de norma y regla. El conjunto de normas, medidas y pautas aplicadas al desarrollo del día a día tiene una doble dimensión: aquella impuesta por las autoridades, representadas en la mayor parte por las normas de mercado, los esquemas coloniales y heteropatriarcales y, por otro lado, por las que representan una alternativa a éstas y que surgen de la organización espontánea, colectiva y solidaria. Es en este presente alterno y por qué no, alternativo, donde la cultura y la educación, objetivo principal de recortes en tiempos de crisis, se ha tenido que desenvolver. Hemos reinventado la forma de educar, la forma de crear y de difundir la creatividad a raíz de que los museos, centros de arte y educativos han cerrado, considerados bienes prescindibles por unas políticas que se asemejaron más a las medidas tomadas en conflictos bélicos que a una crisis humanitaria de dimensiones varias. Consideramos que la cultura y el arte están en crisis al aplicar criterios de medición que tienen que ver con el mercado del arte y la industria, con la mercantilización del arte como producto cultural. Declaramos el arte en crisis porque el número de visitantes, de entradas vendidas y de transacciones comerciales artísticas disminuyen. Esto va en consonancia con el carácter con el que las naciones han afrontado esta crisis humana, priorizando las economías frente a los sentimientos y las dimensiones verdaderamente humanas: la economía frente al afecto. La crisis hubiese sido más grave si los artistas hubiesen dejado de crear, los profesores de enseñar, el público de demandar cultura, pero esto, por suerte no ha pasado. Debemos redefinir la dimensión de la palabra crisis y aplicarla más allá del sistema productivo. La COVID-19 representa sobre todo una crisis de los valores, de la libertad, del sistema productivo mundial basado en el antropocentrismo que consume los recursos naturales de forma predadora, no de la humanidad.
Lo tecnológico tiene una gran capacidad transformadora, pero no sirve de nada aplicar una tecnología – incapaz de hacer frente de una forma contundente a la pandemia- sin acompañarla de una reflexión en torno a sus dimensiones políticas, éticas y por qué no, humanitarias. Lo tecnológico no debe ser un sustituto de la realidad sino el agente transformador de ésta. El arte tecnocientífico, de forma implícita o alusiva, es en este momento una gran herramienta de reflexión y agencia. Las artes siempre han sido el baluarte de libertad que nos permite reflexionar la dimensión real de la ciencia con una actitud crítica, pero también constructiva. Es aquí donde radica nuestro optimismo.
Bajo este paraguas teórico y desde esta posición concreta y constructiva que prioriza el presente, merece la pena poner sobre la mesa las reflexiones de José Manuel Ruíz sobre el concepto de virtualidad asociado al arte. El autor en «Las virtualidades del arte (o cómo el arte es, ante todo, virtual)» recupera la idea deleuzana de virtualidad[2] que alude a las características que definen el conjunto problemático de una situación presente y que demandan una resolución, una actualización (Ruíz, 2021, 4). Aquí reposa la importancia del presente, que sin restar capacidades a lo especulativo, prioriza el accionar inmediato. Ese accionar es el ancla y a su vez el motor de transformación y son las acciones de la creatividad artística y en las estrategias educativas desarrolladas bajo la situación actual las que nos interesan. Siguiendo con este concepto, otro aspecto a señalar que se refuerza mejor que nunca en este tiempo de incertidumbres es que lo virtual no es lo posible, en la medida de que “lo posible”, lo que va a ocurrir, no responde a una consecuencia lógica preconstituida. Esa falta de lógica predeterminada le otorga un carácter creativo que le relaciona directamente con el mundo artístico, con la “novedad radical”. Para Ruíz, que engrana magistralmente estas ideas con la naturaleza de las obras de arte, ésta novedad tendría la capacidad de generar virtualidades, de evidenciar problemas que deben ser reinterpretados, puestos en funcionamiento dentro del sistema del arte. Los actores de este sistema, alumnos, artistas, críticos, académicos y educadores, cada uno con sus acciones específicas deben generar efectos, transformaciones y reflexiones. El arte es poder popular y siempre busca la manera de sobrevenir al poder, de generar nuevos espacios de discusión, nuevas formas de ser y de relacionarlos con la multiplicidad del otro.
Han surgido espacios alternativos de exhibición y de reflexión fuera de los propuestos por las instituciones de turno, paralizadas o sumidas en procesos administrativos ilógicos e inoperantes; hemos reinventado la educación a marchas forzadas porque no hemos querido renunciar a ella, dejarla en pausa; se ha reflexionado desde la creatividad; se ha creado una nueva normalidad en la que todos hemos salido renovados demostrando que es posible sobrellevar las crisis y que el ser humano, a través del arte y la educación sobre todo, tiene aun una gran capacidad de agencia, de resiliencia y adaptación. Aun hay lugar para la cooperación a través de nuevos modelos de ciudadanía con una mayor capacidad de participación en los procesos sociales.
Desde esta primera edición de la Bienal Artística Universitaria proponemos un lugar de encuentro donde los actores culturales del mundo artístico: artistas, académicos, educadores y estudiantes puedan discutir sobre nuevas estrategias desarrolladas en una actualidad condicionada por estas extraordinarias circunstancias. Un punto alternativo del presente que recoja experiencias de crecimiento, adaptación y lucha desde las artes y la cultura y desde el que se tracen nuevas estrategias intercambiando metodologías constructoras de un panorama más sólido y resistente en la cultura y la educación.
[1] Agamben partió de un análisis de la filosofía de Roland Barthes, en concreto de sus ideas recogidas en “Sobre el programa de la filosofía venidera” (1917) para hablar sobre las condiciones acerca de las experiencias futuras. La base de su reflexión es la relación entre experiencia y conocimiento y queda recogida en “Infancia e Historia” (2003) entre otros textos.
[2] El concepto fue desarrollado por Gilles Deleuze en su obra “Diferencia y repetición” y revisado entre otros por Alain Badiou en “Deleuze. El clamor del ser”. Para entender mejor su aplicación al arte, recomiendo la lectura del artículo de José Manuel Ruíz al que hacemos alusión.
Bibliografía:
Benítez Valero, Laura; Berger, Erich. (2021). «First Response». In: Benítez, Laura; Berger, Erich (coord.) «Arts in the time of pandemic». Artnodes, no. 27: 1-9. UOC. Recuperado el 2 de junio de 2021 https://www.raco.cat/index.php/Artnodes/article/view/378460
Butler, Judith. (2020). “Capitalism has its limits”. VersoBooks, 30 marzo 2020. Recuperado el 2 de junio de 2021. https://www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits
Galindo, María. (2020). “Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir”, en Apocaelipsis. Recuperado el 2 de junio de 2021 https://lavoragine.net/desobediencia-por-tu-culpa-voy-a-sobrevivir/
Hardt, M. y Negri, Ai. (2004). Multitude. War and democracy in the age of empire. Nueva York: The Penguin Press.
Ruiz, José Manuel. (2021). «Las virtualidades del arte (o cómo el arte es, ante todo, virtual)». En: Benítez, Laura; Berger, Erich (coord.) Artes en tiempos de pandemia. Artnodes, núm. 27: 1-8. UOC. Recuperado el 2 de junio de 2021 https://www.raco.cat/index.php/Artnodes/article/view/373919